"Un ciclo incesante"

"Tacuarí" Laura Messing


por Julio Sánchez

"La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y ese cambio era el primero de una serie Infinita". Son estas las primeras líneas escritas por Jorge Luis Borges en El Aleph (1949). La muerte de Beatriz le había paralizado el tiempo, pero el universo impiadoso podía seguir su ciclo sin requerirla. Y Borges se percata de ello cuando las carteleras de fierro cambiaron su publicidad, indiferentes a su dolor. Difícilmente hoy un escritor argentino desarrolle su historia en la esquina de Garay y Bernardo de Irigoyen. El barrio pasó de moda; desde que las autopistas lo partieron en dos, Constitución dejó de cosechar adeptos. Ya no es adecuado para la literatura, ni siquiera para vivir. Ahora se impone Palermo con las subvarientes: Hollywood, Soho, Viejo, Nuevo, Verde, etcétera. La ciudad cambia como las carteleras de fierro. Constitución era el barrio donde estaban las jugueterías de mi niñez y la plaza de juegos; las sederías y las casas más elegantes de confección. Ahora no tiene una ápice de elegancia. Por años he leído el cuento de Borges una y otra vez y siempre me abruma lo mismo: el cambio infinito de esas carteleras de fierro.
Algunas fotografías de Laura Messing se concentran en las mutaciones de la ciudad, en su construcción y destrucción, en su aventura y desventura. En Tacuarí y Venezuela, a poco más de cien metros de mi casa, había una casa abandonada, casi a diario la veía camino a la Avenida 9 de Julio. Un día el tránsito explotó: embotellamiento y bocinazos. La casa se caía. Topadoras, obreros, derrumbe. De repente apareció un terreno baldío; días después, una convención de cartoneros (cirujas, hubiera dicho Borges). Pasaron unas semanas y aparecieron operarios colocando gigantografías publicitarias sobre un reluciente vallado de aluminio (hoy las carteleras de fierro no existen más, Borges). Transcurrían las semanas y en el vallado alternaban las chicas Sedal y el celular con musiquita y la comedia musical del momento. Volví a pasar y reapareció el baldío. Ahora había graffittis, simpáticos cuervitos que incitaban a crear; también en nuevo modus operando de los artistas callejeros, el stencil. Mugre y basural. Las cicatrices de las paredes explican cuantas habitaciones había, la diagonal indica una larga escalera con un corto descanso; los azulejos confiesan el lugar del baño. El baldío se convierte en un acertijo imposible de resolver, la Esfinge de Montserrat desafía a cada uno de los vecinos: ¿quiénes vivieron ahí?, ¿quiénes vivirán? Secreto que podría convertirse en leyenda urbana: ¿una envenenadora, un viejo pintor, un escritor deprimido por la existencia, un inmigrante peruano? Algunos de estos cambios fueron registrados por la cámara digital de Laura, algunos de estas especulaciones fueron superpuestas desde la computadora. Quizá el gran motor de su obra artística sea "la ciudad como gran cartelera de fierro". Quizá su formación como arquitecta la haga más sensible a los cambios de las metrópolis.
Abundan en sus fotos los ladrillos preparados para armar el muro, las bolsas de cemento para unirlos, el maderamen de los andamios y la parafernalia del albañil. En las fotos de Laura nos podemos imaginar la nueva casa que albergará nuevas historias, que morirán como Beatriz Viterbo, para renacer en quien sabe qué otro personaje de qué otro escritor Y así en un éter- no retorno de destrucción y construcción, de armado y desarmado. Quizá como Borges, Laura comprende que ese cambio en la esquina de Tacuarí y Venezuela fue el primero de una serie infinita. "Cambiará el universo, pero yo no, pensé con melancólica vanidad", continuaba Borges. Y en cada foto de Laura esos cambios urbanos disparan cierta melancolía, aunque sin vanidad. Viaje en auto. Quo vadis? Aquel eterno retorno entre el hacer y el deshacer no está muy alejado de otra serie fotográfica: el Viaje en auto.
Nuestra artista ha sido bendecida con la capacidad de transformar la rutina en otra cosa. En la rutina el movimiento que se repite es tedioso, mustio. El sol nace, muere y renace una y otra vez, pero no es rutina, es maravilla. Laura logró que sus viajes de "zona norte al centro" y viceversa, se transmuten en una rica veta de imágenes que pronto se convierten en "obra". El entrecomillado apunta a la etimología latina de la palabra: opus, que para los alquimistas tiene un sentido de transformación interna; todo lo que el hombre haga con la materia (sea un jardín, una comida, una obra de arte, etcétera) tiene su correlato en su interior. Aquel ciclo cósmico de día y noche que persiste más allá de la voluntad del hombre tiene su manifestación visual en la forma del mándala. Mándala es una palabra del sánscrito, significa "cerco sagrado", y es una figura circular utilizada en varias culturas para diversos fines, entre ellos: meditar, expresar lo inefable, armonizar y curar,, iniciar ritos, etcétera. Según Cari Gustav Jung (1875-1961), el gran pensador y sicoanalista suizo, existen mándalas ritualizados, frecuentes en culturas religiosas de la India, el Tibet, la China y otros regiones del planeta, utilizados para ritos de iniciación, curación o meditación; también existen los mándalas generados espontáneamente por el individuo en su imaginación, el sueño, los bailes y el arte, generalmente en situaciones de crisis o cambios, o simplemente para atemperar los traumáticos encuentros con el inconsciente. Su función, sea ritualizados como espontáneos, es la de re-centrar al individuo, volver a colocarlos en equilibrio, y son útiles tanto para quienes lo producen como para quienes los observan. Vale aclarar que los mándalas que observamos en la obra de Laura pertenecen a la categoría de "espontáneos". Existe una forma particular de mándala que se denomina ourobo-ros, es la serpiente que se come la cola, una imagen muy utilizada por los alquimistas (y en infinidad de culturas) para demostrar que todo fin es el principio de otra cosa y viceversa.
Los viajes de zona norte al centro y del centro a zona norte de Laura son como "viajes ourobóricos". Las fotos no muestran el círculo completo sino sectores (que es en realidad la visión terrenal-, sólo la divina es totalizadora), en las fotos aparece el recorte de la ventanilla de su auto, y desde ahí, como no podía ser de otro modo, una funda¬mental visión de la arquitectura de la ciudad: el teatro Colón, el Obelisco, la embajada de Francia, y otras tantos recortes de la ciudad, parciales, como la mirada de un ser mortal. Este concepto de circularidad que vemos parcialmente en "Viaje en auto", se evidencia en forma más clara en los Zootropos (así denomina Laura a sus fotos dispuestas en forma de anillo inspirada en una forma primaria de imágenes en movimiento, antecesora del cine), especialmente en el Círculo de Ida y Vuelta (2005), aquí se ve una zona clara, diurna, y otra oscura, nocturna, como el Yin y el Yang del Tao, los opuestos complementarios del Universo en movimiento. La forma mandálica más clara es la que aparece en las fotos de rondas. La ronda es una forma de danza circular (como las bretonas, judías, griegas, árabes o gitanas) y en su forma más arcaica aluden al ciclo del año y de la tierra. Recordemos también que el devoto sufí (misticismo musulmán) practica una danza circular para equilibrar el eje emocional que comunica la tierra con el cielo. En las danzas circulares sagradas los individuos no se lucen ni compiten en habilidades, sino que se unen entre sí para restablecer la armonía de la "comunidad" (etimológicamente: unión común), y todos miran a un centro -generalmente vacío- que alude alo inelable. Las rondas de Laura están fotografiadas desde lo alto, como si algún Dios estuviera atento al juego de sus criaturas. Detectamos otro mándala, esta vez del tipo espiral, en la obra "Columna" (2002), ahí la fotografía muestra el hueco de una escalera desde el piso superior hasta la planta baja. La baranda y los peldaños van describiendo una forma circular que se achica, como una espiral que gira en contra del sentido de las aguas del reloj. La espiral es una mándala de variada significación, la más general implica una expansión o apertura si gira como las aguas del reloj, e introspección en el sentido contrario (que es el caso de "Columna"). Ante esta y otra fotos nos preguntamos si el mándala no es para Laura la brújula que le permite guiarse en los vericuetos de su propia interioridad.
El Muro En el otro extremo del dinamismo circular del mándala se aparece la, estabilidad casi irritante del muro. Nos referimos a la serie "Barrio Parque". Así se denomina a una forma urbanística cada vez más frecuente en el suburbio de Buenos Aires. No es nueva, pero como viene anunciando la obra de Laura, es una forma urbana mutante. Intermitentemente, parte de mi niñez transcurrió en un Barrio Parque de la zona sur del Gran Buenos Aires, en Bernal. El jardín de un chalet se confundía con el del vecino, los niños jugaban en la calle y nadie se preocupa ni siquiera por los autos que respetaban a rajatabla la pelota que se escapaba. No existían las garitas de seguridad, ni las alarmas en las casas, y los perros eran amistosos; estaba de moda el "lassie" (collie), el ovejero alemán y el dálmata; el aguerrido Rotweiller no existía en la Argentina. Pasear para ver los jardines y los vecinos regando las plantas era el programa de la tarde. Nada de eso parece sobrevivir. Laura registra el actual aspecto del Barrio Parque: muros de ladrillo (crudo o pintado) portones de metal, parapeto de seguridad, alambrados, hiedras que ocultan alambres de púas; y los anuncios admonitorios: "Propiedad vigilada", "Cuidado con los perros". La foto del portón negro que ostenta lanzas en puntas recuerda el recelo feudal de un castillo del Medioevo, y nos lleva a pensar si en algún momento el Barrio Parque del futuro no se construirá rodeado de un foso con cocodrilos (o yacarés, para ser más regionales).
En las fotos de Laura -casi invariablemente- detrás del muro se asoma la copa de un árbol, lo que parece lógico en un lugar con la doble condición de "barrio" y "parque"; pues bien, como un Edén inaccesible, el parque está escondido. El muro protege pero no sabemos a ciencia cierta si paraíso o un infierno, si la felicidad familiar o la tragedia disimulada. , El muro oculta, es la antítesis del puente, no es comunicación sino detención, opacidad e impedimento, ¿éstas serán las cualidades propias de nuestra sociedad? Manchas en la pared Los muros del Barrio Parque son casi impecables; los de Tacuarí y Venezuela, no. Y a esa imperfección apuntan algunas fotos de Laura. Ella registra en detalle el palimpsesto de capas de pintura superpuestas. Cuando la casa deja de habitarse, cuando se descuida, las manchas comienzan a rebelarse como un oprimido antes de la revuelta. Las primeras en ser pintadas se juntan con las últimas, ya no existe pasado, todas coexisten al unísono en un presente absoluto. La mancha es no está controlada por nada ni nadie; muta constante y caprichosamente, deviene una y otra forma.- ¿Por qué nuestra artista se detiene en observarlas? Quizá las encuentre bellas. Y vale aquí recordar el concepto japonés de wabi, sabi, la belleza de las cosas imperfectas, impermanentes e incompletas, el gozo de las cosas humildes y modestas. Para un japonés de hoy es difícil explicar qué es wabi sabi, lo siente pero no lo puede poner en palabras. Wabi alude a la vida solitaria en naturaleza, lejos de la sociedad, y sugiere un estado de ánimo sin alegría, ni espíritu ni coraje, un camino espiritual a lo interior y subjetivo. Sabi tiene diferentes acepciones: ladeado, inclinado, frío, marchito, seco. En el siglo XIV la combinación de ambas palabras adquirió un significado positivo; se asociaba a la soledad del ermitaño o del asceta que vive en la naturaleza para enriquecer su vida espiritual. Wabi sabí puede ser considerado como un sistema estético como una visión del mundo que se acerca a la naturaleza última de la existencia, al conocimiento sagrado, al bienestar emocional La verdad proviene de la observación atenta de la naturaleza De la fealdad se puede obtener, belleza y lo "grandioso" puede estar en los detalles que se pasan por alto; no siempre esta en lo monumental, ni espectacular.
Cuando Laura registra estas fotos elude la jerarquía de los materiales, la mancha de vieja pintura tiene tanto valor como el más trabajo más fino de un orfebre. /Será esta otra de las cualidades de nuestra sociedad, mucha cáscara de nuez y la ausencia de una hombre (/mujer) que pueda expandirse más allá de los límites de la materia?. Unidad funcional mínima.
O God I could be bounded ín a nutshell and count myself a King of infinite space
. Hamlet, II. (Oh Dios, podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito), Segundo acto, escena dos) Stephen Hawking (n. 1947), titulo uno de sus libros de divulgación científica como "El Universo en la cáscara de una nuez"1. Dice Hawking: "quizá Hamlet quería decir que a pesar de que los humanos estemos físicamente muy limitados, nuestras mentes pueden explorar audazmente todo el universo y llegar incluso donde los protagonistas de Star Trek temerían ir, si las pesadillas nos lo permiten.
¿Es el universo realmente infinito o sólo es muy grande? Y, ¿es perdurable o sólo tendrá una vida muy larga? ¿Cómo podrían nuestras mentes finitas comprender un universo infinito?".
La ciencia y el arte parecen subrayar que el pequeño espacio no es óbice para acceder a la inmensidad del universo. Nada que los monjes benedictinos del medioevo desconocieran; para ellos existía en los monasterios una peregrinatione, stabilitate, es decir una peregrinación interior sin necesidad de moverse, en estabilidad, y a la par, una stabilitas in peregrinatione, la búsqueda de la estabilidad caminando tras reliquias y lugares sagrados. Estas cavilaciones son las que me provocan la serie que Laura tituló Unidad Funcional Mínima, fotos de casillas para guardianes como las que se estilan en la zona norte del Gran Buenos Aires con el propósito de brindar una protección extra al vecindario. Las casillas no dejan de ser simpáticas, las hay con cortinas floreadas, con techo a dos aguas, bautizadas "El Pino", como manor house (casa de campo inglesa). Hay una ironía latente en esta microvivienda para una sola persona: los guardianes están reducidos a un espacio carcelario. Pero ellos no aparecen nunca en las fotos de Laura. No puedo dejar de pensar en la casilla como una nuez, y en un Hamlet ausente. Epílogo Vuelvo a leer El Aleph. Y me doy cuenta que el epígrafe cita la misma frase de Hamlet que cautivó a Hawkings. Confieso que no fue intencionado. Quiero terminar estos comentarios sobre las fotos de Laura con ideas de la física cuántica y me encuentro a mí mismo en el principio de mi propio texto. ¿Será el sortilegio de las fotos circulares de Laura? La artista habla de "la construcción social del espacio", y en sus fotos no se oculta su interés por las cuestiones urbanísticas, la forma de vida del hombre en la ciudad, y ¡as transformaciones del espacio comunitario. En nuestro personal recorrido hicimos hincapié en una estructura circular subyacente en algunas de sus series. Creemos que más allá de las formas históricas y locales a las que apunta Laura existe un trasfondo universal que es común a todos los hombres (/mujeres) que habitan este, nuestro planeta. El mito del eterno retorno, el hecho de que el Universo sea una sola y misma cosa es un conocimiento que comparten los místicos y los científicos cuánticos, y una intuición que aparece en la obra de algunos artistas, como Laura Messing. El deleite que nos producen sus obras no está reñido con un saber arcaico: la importancia de las formas circulares en la estructura y armonía del universo visible e invisible.


Laura Messing, vive y trabaja en Buenos Aires, Argentina. Es arquitecta y fotógrafa
e-mail:
laura@lauramessing.com.ar, web: wwww.lauramessing.com.ar

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